La huella de agua del sector textil y cómo podemos contrarrestarla con materiales naturales
La inmensa mayoría de nosotros somos conscientes de que el agua dulce es un recurso escaso que no hay que malgastar. El mensaje sobre la importancia de ahorrar agua ha calado en la sociedad, pero cuando pensamos en ahorrar agua, solo nos vienen a la cabeza prácticas limitadas al ámbito doméstico: acortar el tiempo en la ducha, poner en marcha la lavadora solo cuando la hemos llenado o elegir cisternas con doble pulsador. Todos estos hábitos contribuyen a ahorrar agua, además de a reducir los costes de saneamiento, y por tanto debemos seguir practicándolos. Sin embargo, el consumo doméstico constituye una escasa décima parte (11%) del consumo global de agua dulce. El grueso del consumo de agua dulce lo acaparan la producción agrícola y ganadera, casi tres cuartas partes (70%), seguida de la actividad industrial, aproximadamente un tercio (29%). Por lo tanto, todo lo que consumimos, absolutamente todo -la comida, la ropa, los muebles, el papel e incluso la gasolina y electricidad- tiene un coste de agua asociado. Si incorporamos la reflexión sobre el coste de agua asociado a nuestro consumo, podemos elevar nuestra contribución a la conservación de agua dulce más allá de cerrar el grifo mientras nos cepillamos los dientes.
El sector textil es uno de los que mayor impacto tiene en el consumo de agua dulce a nivel global. La producción de textil emplea grandes cantidades de agua en procesos como el lavado y el tinte. Estos procesos a su vez generan aguas residuales cargadas de contaminantes y que han de ser tratadas, o de lo contrario sus vertidos tendrían efectos catastróficos sobre los ecosistemas acuáticos y de ribera, así como sobre las fuentes de agua para abastecimiento humano. La producción de tejidos sintéticos genera un mayor gasto de agua y además implica el uso de recursos no renovables (plásticos). Por suerte, a día de hoy, los textiles de origen natural como el bambú, algodón, cáñamo, lana o cuero, ofrecen una alternativa para la fabricación de casi cualquier prenda, tanto para nuestro armario, como para nuestro hogar.
Además, el tratamiento de las fibras de origen natural disminuye el volumen de agua contaminada a tratar. El impacto positivo sobre el uso del agua es aún mayor cuando se combina con el uso de tintes también de origen natural, como los que se obtienen a partir de extractos de plantas, algas, hongos o insectos.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el cultivo de las materias primas naturales también tiene un coste de agua asociado. Por ejemplo, el algodón es un cultivo que no soporta temperaturas muy frías y requiere de numerosas horas de sol durante la temporada de crecimiento, es por eso por lo que las plantaciones de algodón a menudo se ubican en regiones donde las precipitaciones son escasas y se ha de recurrir al riego para mantener la productividad, pero estos sistemas no siempre son sostenibles.
Por desgracia, hemos sido testigos en el Mar Menor de las nefastas consecuencias que tiene para un ecosistema la mala gestión de los recursos hídricos asociados a la producción agrícola, pero ya no podemos esconder la cabeza más.
Hoy en día, los criterios para certificar un textil como orgánico o sostenible se centran casi exclusivamente en los procesos asociados a la fertilización y al control de plagas y de competencia con otras plantas, es decir ponen el foco sobre la aplicación de fertilizantes, insecticidas, funguicidas y herbicidas. El uso sostenible de recursos hídricos aún no se ha incorporado al catálogo de medidas a examinar, en parte debido a una falta de información realista y de modelos fiables sobre el consumo real de recursos hídricos en la producción agrícola y ganadera. Un paso en la buena dirección para evitar futuros desastres como el del Mar Menor sería incorporar la reflexión sobre el coste de agua asociado a la producción de los bienes a la hora de elegir como consumidores.
Teresa Gimeno, experta en Ecología e investigadora del BC3 - Basque Centre for Climate Change
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